
PARTE II
Comentario previo: presento mis disculpas por mi demora en la entrega de esta segunda parte, pero a causa de un viaje por motivo de vacaciones me desconecté totalmente de la red.
En segundo lugar, la parte que presento ahora muestra como, así como lo hace Tintín en sus investigaciones detectivescas (sin afán de imitar sino de recordar mi simpatía hacia él), hago una disertación sobre algunos de los hechos que suceden, que por la misma reflexión allí presentada se reducen a unos dos o tres.
Aquí va. Espero sea para deleite de todos.
Parte II: Llegando a los Headquarters de FISDECO
Llegó el día de iniciar la nueva labor. Tras alistar unas cuantas prendas empacadas como morcilla en una maleta que no daba abasto, me dispuse a salir de casa. Me dirigía hacia la estación del bus que por cierto, recibe gente y la empaca así como la ropa de mi maleta, cosa que se ve en la cotidianidad de las jornadas capitalinas. Poco más de una hora de viaje en el sistema de transporte masivo de la capital y de haber atravesado buena parte de hasta el momento desconocidos barrios y realidades, llegamos (pues iba con otro fraile, es decir, siguiendo aquel viejo adagio de ir de dos en dos) a Ciudad Bolívar, más específicamente al Lucero Bajo.
Una primera y somera panorámica de lo que hasta ahora veía de las casas, calles y personas del sector me lanzaba numerosos interrogantes y retos, ante los cuales no podía ensordecer mis oídos. Porque bien dicen, el que tenga oídos que oiga, y agregaría yo, que oiga, reflexione, contemple y en ese contexto, sin nada de narcisismos pueda asumir las realidades e incluirse en el plan del reino, construible en todos lados, especialmente en lugares como este, donde además de interpelar a la razón, se confronta al corazón, el cual termina quedándose allí, pues allí ha encontrado un gran tesoro: la ambición del otro en el afán por vivir la mutua edificación.
Luego nos dirigimos a un edificio de FISDECO –que por el interés de contar mis experiencias olvide mencionar su significado, a saber, Fundación de Integración Social y Desarrollo Comunitario- el cual alberga el Colegio de educación básica primaria, el centro de salud, un almacén de alimentos y ropa regido por el presupuesto de la subsidiariedad, el Jardín infantil, una biblioteca y la casa de las Hermanas Dominicas Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús –un poco largo el nombre, ¿no?-, la cual no es una simple casa, sino el núcleo de proyección de este ambicioso y abnegado trabajo de llevar a las diversas gentes el esencial mensaje del cristianismo: el de dar apasionadamente la vida por los demás. Esa es la cuestión.
Ahora bien, sin caer en un lenguaje exagerado, llamaría a esta casa la residencia principal –o como lo llamarían en inglés headquarters, por las connotaciones que esto conlleva en su uso- de la predicación en este sector de Bogotá, pues desde allí –como lo dirá fr. Carlos Azpiroz Costa, OP, Maestro de la Orden de Predicadores en su carta “Oh Dios restáuranos, que brille tu rostro y nos salve” del 9 de julio de 2010- se tiene una mirada abierta y contemplativa sobre el mundo, sobre los hermanos y hermanas, sobre el mismo Dios, para vivir con un corazón abierto, evangélico, en donde todos tengan un sitio sin exclusión, para ser predicadores de la Buena Noticia, mejor dicho, de buenas noticias.
Hasta aquí esta entrega. Espera la próxima.
Fr. Juan F.
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